El día de hoy, 26 de abril, se celebra el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, promovido por la Organización de las Naciones Unidas; una fecha impulsada por los entusiastas de las condiciones actuales de la propiedad intelectual y del derecho de autor que, en el caso de México, está modelado y condicionado por legislaciones desproporcionadas y casos constantes con medidas punitivas desmedidas.
Este contexto es inmejorable para abordar todo lo ocurrido con el escritor jalisciense Juan Rulfo©, fallecido en 1981, y que se ha visto inmerso en una polémica reciente. El meollo del asunto puede encontrarse en una muy peculiar visión de la protección a la propiedad intelectual, promovida desde la Fundación Juan Rulfo, organización que según su sitio web, “fue constituida en 1996 por la familia del escritor y fotógrafo mexicano con la finalidad de cuidar y difundir el legado artístico de Juan Rulfo”.
Pese a que el artículo 19 fracción VI de la Ley de Propiedad Industrial mexicana indica que los efectos de la ley no se consideran para “las creaciones estéticas y las obras artísticas o literarias”, la misma ley habilita, en su artículo 89 fracción IV, constituir como una marca “el nombre propio de una persona física, siempre que no se confunda con una marca registrada o un nombre comercial publicado”. Tal proceso ocurrió con este escritor, cuando la fundación registró en 2006 su nombre como una marca convirtiéndolo, en palabras del entonces vocero Pau Montagud, “un arma legal”.
Es comprensible, en un principio, que la familia decida usar todos los recursos a su alcance para proteger al escritor de reproducciones no autorizadas, o de usos no legítimos de su imagen y su prestigio. También se entiende su desaire a la realización de un homenaje oficial por la Presidencia de la República –a través de la Secretaría de Cultura de México– debido a que no desean que estos eventos con alta carga política legitimen a determinados intereses temporales, fuera de la literatura misma o del entorno cultural. Los centenarios, lustros, décadas (o cualquier otra marca temporal arbitraria que pueda derivar en la efeméride) representan una oportunidad que la política y el turismo ansían porque les reditúa ganancias de todo tipo. Es visible, incluso loable, que esa organización desee mantener toda ceremonia absolutamente centrada en la lectura.
Sin embargo, basta leer un par de declaraciones hechas por el director de la Fundación Juan Rulfo, Víctor Jiménez, para constatar que el “arma legal” que obtuvo desde el 2006 del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), que le permite no solo el uso legítimo en sí de Juan Rulfo©, sino salir a los medios de comunicación a defenderlo con cierta socarronería y pasivo-agresividad jurídica.
En el último de los episodios de esta índole fue la Feria del Libro y la Rosa 2017, organizada por la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la cual parece tener una buena relación con la figura del literato, incluso, una cátedra con su nombre.
Jiménez consideró que retirarse de la fiesta del libro era una medida proporcional ante la presentación del texto Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera-Garza en la misma feria, ante una presunción de que dicho texto resultaba intolerable para la fundación. A tal grado llegó la polémica que el discurso de Jorge Volpi durante la apertura del evento (se dice) fue una alusión de que nadie podía apropiarse del nombre de un escritor, y los propios hijos de Rulfo en persona dieron una charla sobre su vida y aclararon por separado que con la UNAM no había problema alguno.
Sin embargo, como comentó recientemente el periodista cultural Eduardo Limón, pese al desagravio familiar, hay algo extraño. Algo subyace detrás de la retirada de Jiménez del evento de la UNAM, de su confianza al poner o quitar la marca rulfiana de eventos públicos; de su vehemencia al afirmar que, o bien se respeta el nombre de Rulfo en los términos que la fundación admite, o se espere la visita de sus abogados.
Los llamados efectos paralizantes (o chilling effects) son aquellas inhibiciones de acciones legítimas –como un simple y llano homenaje a Rulfo– que se ven desincentivadas so pena de una acción legal. Imaginemos, por ejemplo, un grupo hipotético de entusiastas literarios que saben por adelantado que la sombra de la fundación rulfiana está ahí y deciden primero preguntar antes de enfrentarse a un innecesario lío en tribunales (a semejanza de María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges, que vive sus días para “defender” que la obra del argentino persista inalterada e inmaculada, ¡siendo que el propio Borges afirmó ser un devoto de la rehechura y de la reinterpretación!)
¿Es la protección que el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual (IMPI) da a Rulfo un vehículo para “favorecer la creatividad para el diseño y la presentación de productos nuevos y útiles”? ¿O es un recurso para desanimar cualquier manifestación cultural que no se ajuste a los fines de una muy particular visión sobre un autor trascendental de la historia de la literatura mexicana?
La Fundación Rulfo ha reiterado que sería mejor si los recursos invertidos en el halago nacional a su protegido son invertidos en becas de investigación para jóvenes interesados en su obra. Pero pensándolo detenidamente: ¿quién buscaría la investigación seria y neutral hacia un autor del que, se sabe, hay una fundación dedicada a —involuntaria o voluntariamente— revisar todo lo que se escriba sobre el autor, con la reserva de que dicha entidad puede echar a andar una maquinaria jurídica y social para defender su versión particular?
¿Qué joven autor o autora se arriesgaría a buscar una visión diversa de una figura connotada en la literatura mexicana, sabiendo que su trabajo estará condicionado a la aprobación o desaprobación de un organismo que tiene de su lado la protección de las leyes? ¿Favorecen realmente las acciones de la fundación rulfiana la multiplicación de murmullos académicos, culturales y artísticos en torno a su obra y su persona? Parece, dada la evidencia, que el presunto factor de protección a Juan Rulfo© es, en realidad, una disuasión al conocimiento, la relectura y el disfrute de un autor tan trascendental, patrimonio del talento nacional.